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jueves, 27 de junio de 2013

EL HOMBRE DE ACERO

Este viernes pasado se estrenó en España El Hombre de Acero, la nueva versión de Superman para la gran pantalla, de manos de Cristopher Nolan como productor y Zach Snyder como director, ambos dos nombres de peso en el mundo del que podríamos llamar “cine de superhéroes”. Si Zach Snyder ha estado al frente de la dirección de 300 (basada en la obra homónima de Frank Miller) y de Watchmen (basada en el que probablemente sea el cómic más importante de la historia, con guiones de Alan Moore y dibujos de Dave Gibbons), Cristopher Nolan ha sido el director de la trilogía de Batman que ha marcado cotas nuevas en el cine de superhéroes a través de Batman Begins, The Dark Knight y The Dark Knight Rises. La verdad es que ya tocaba que Superman tuviera una adaptación a la contemporaneidad como Dios manda, queriendo olvidar todo el mundo la anterior Superman Returns, dirigida por Bryan Singer y donde la película fue tal fracaso que el único tema trascendente es si se borró digitalmente paquete a Brandon Routh.



                Al contrario que Superman Returns, Snyder ha decidido volver a contar la historia de Superman desde el principio, y como hiciera Nolan en Batman Begins intenta hacer que esta película sirva de presentación del personaje, de sus antecedentes y de hacia dónde va a ir la historia. Así, esta nueva versión del primer superhéroe nos presenta de nuevo la historia de la destrucción de Krypton y la llegada de Kal-El a la Tierra, su crecimiento en Smallville junto a Jonathan y Martha Kent y su transformación en el más importante héroe de la Tierra, al enfrentarse a los últimos supervivientes de Krypton (el General Zod y sus seguidores), que tratan de convertir a la Tierra en un nuevo Krypton. Quizá parezca mucha nocilla para poco pan, o sea, mucho contenido para poca película, pero lo cierto es que aunque Snyder intenta tocar todos los momentos de la historia de Superman, su gran aliado es que a día de hoy prácticamente todo el mundo conoce la historia de Kal-El, así que recurre a grandes omisiones y señalarnos momentos puntuales de su vida en las que curiosamente quizá sean las escenas más interesantes de la película, al menos a nivel visual. En ellas, en los flashback de Clark, Snyder recurre a planos cortos y luces deslumbrantes, como ya hiciera en 300, lo que genera cierto toque intimista, que contrarresta el efecto de gigantismo del resto de la película, donde todo se desmadra y adquiere tintes bestiales.
                 Y es que si hay que definir El Hombre de Acero con una palabra, probablemente esta sea “abrumadora”, hasta el punto de ser abusiva en algunos momentos. Siguiendo los pasos del nuDC (nuevo universo DC, para los no comiqueros), nos encontramos con un Krypton más cercano a la fantasía épica, a Avatar y a la Guerra de las Galaxias de lo que lo recordábamos, aquel Krypton frío y científico de las películas ochenteras, cuyo aspecto John Byrne se llevaría a los cómics para la mejor representación que se ha hecho nunca del planeta de origen de Kal-El. De nuevo Jor-El y Lara Lor-Van se convierten en profetas de la destrucción ante un Consejo que ya da el planeta por destruido, y además, deben enfrentarse al General Dru-Zod, un fanático golpista que trata de hacerse con el poder genético de Krypton. Aquí, es el enfrentamiento entre Zod y Jor-El lo que lleva a este último a enviar a Kal-El al espacio, hacia una vieja colonia Kryptoniana, que por supuesto es la Tierra, mientras Zod y los suyos son enviados a la Zona Fantasma, situada en esta ocasión en el interior de un agujero negro (y mucho menos plana que aquella aterradora Zona Fantasma de Superman 2).
                Aquí arranca la historia, pues con una gran elipsis narrativa nos encontramos a Clark Kent ya crecidito, intentando averiguar cosas sobre su pasado mientras sus recuerdos convertidos en flashbacks nos hablan de su infancia en Smallville y su relación con “Ma” y “Pa” Kent, que aquí no son Ma y Pa, en una de las dos frases que se han obviado en la película y que a mi, como friki que soy, más me han dolido (la otra, y ya os la adelanto, es que jamás se dice esa genial frase que es “Arrodíllate ante Zod”). Y si los flashbacks son pequeños momentos de historia íntima, el grueso de la película se dirige enseguida hacia los espectacular, sobre todo en los efectos especiales. A una velocidad de vértigo, Clark encuentra una vieja nave kryptoniana, averigua sus orígenes, es descubierto por Lois Lane, y Zod llega a la Tierra para recuperar de Clark/Kal-El/Superman el código genético que le permitiría alzar Krypton de nuevo. Por supuesto, el grueso de la película recae en las atronadoras escenas de acción de los combates entre Superman y los hombres de Zod, y que llevan la película hasta un extremo absolutamente bochornoso, el de la destrucción por sí misma. Y es que tras destruir completamente Smallville y Metrópolis, en escenas que, salvo que haya magia de por medio, suponen la muerte de centenares de miles de personas, dan ganas de plantarse ante Superman y preguntarle “Exáctamente, ¿de qué nos has salvado?”. Aunque claro, eso ya nos llevaría ante otros proyectos y otras ideas, ante tintes más distópicos (y más interesantes), propios de The Authority o Irreedeemeeble, pero que como es algo que no ocurre, no vamos a tratar aquí. Porque la verdad es que Superman y Zod destruyen Metrópolis, pero no pasa nada, Superman es nuestro amigo. Con sus condiciones, pero nuestro amigo.
                Quizá ese sea el gran error de la película, ha caído tanto en el querer impresionarnos con sus efectos especiales y su destrucción masiva que ha perdido el referente moral, la preocupación de Superman por aquellos a los que debe salvar y que recuerda de pronto en la escena final, una escena final en la Estación Central que recuerda más que poderosamente a la serie limitada Sacrificio, en la que Maxwell Lord muere en una polémica escena en manos de Wonder Woman y de la que surgieron (como harán con esta película) miles de “podría haber hecho otra cosa”.
                Este es como digo, el punto más negativo. Por supuesto hay otros puntos oscuros. Amy Barley es la Lois Lane menos interesante de la historia. Los combates están tan digitalizados que hay momentos en los que Zod y Superman parecen muñecos de Tomb Raider. Y sobra como media hora de destrucción en el metraje de la película. ¿Por lo demás? Al margen de todo esto, a mí me gustó. Pero mucho menos de lo que me han gustado otras pelis de superhéroes y es que en esta, en ningún momento me emocioné, no me llegó a la patata para soltarme una lagrimita. Y eso no es bueno cuando hablamos de un icono como Superman. Sí que la película tiene un cierto tonillo pseudorreligioso, facilón y obvio, pero interesante, con ciertas comparaciones entre la imagen de Superman y la de Jesucristo, nada nuevo bajo el sol pero si un tema interesante, aunque tocado de forma poco sutil (los 33 años, los brazos en cruz, Clark hablando con un sacerdote de su entrega a Zod con una vidriera en la que se representa la Oración de Gethsemaní como fondo…). Henry Cavill nos trae un Superman creíble, tanto físicamente, como a nivel “Superman”, en dos factores. El primero, cuando dice que algo va a salir bien, es creíble, porque ese es el verdadero gran poder de Superman: si él dice que algo va a ir bien, es que va a ir bien. Uno se fía de él, y punto. Porque es Superman. Y en el segundo, en cierto aire “ajeno”, Superman es un referente moral, y los referentes morales no son divertidos. El Superman perfecto, el Superman icónico, tiene que ser por narices un Superman “soso”. Se le puede meter cierta gracia a través de Clark Kent, cierta épica a través de sus acciones; se le pueden dar sentimientos como su amor por Lois (tan apresurado en esta película que casi se convierte en un chiste), pero Superman no deja de ser un personaje frío… soso. Y Henry Cavill consigue este asepticismo (que no significa que mueva menos músculos que Russell Crowe, no es hieratismo hereditario, que es un viejo conocido de los Tudor), y transmite esa idea de un Superman impetérrito, que parece que sólo reacciona cuando su madre se ve amenazada.
                ¿Por lo demás? Un reparto de nivel medio, con grandes nombres ya apagadillos, y ningún momento memorable, lo que es una pena para una película con este nivel de producción y con un personaje tan sumamente icónico y lleno de significados como es Superman.
                Podría haber sido mejor.


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